Gremlins. Una aproximación freudiana.

Mucho se podría escribir decía, sin embargo voy a obviar los lugares comunes así como los aspectos más trillados del asunto que nos concierne para centrarme en el poso psicoanalítico que permanece latente durante todo el metraje. Mi berrakil objetivo de hoy es tomar ese inmanente "ruido de fondo", aislarlo y someterlo a psicofonía con el objeto de ver qué puede dar de sí el fenómeno Gremlins desde el punto de vista psicológico. Descabellado y estúpido ¿verdad? No lo duden.Para ello me centraré en las teorías, desvaríos y logros de ese simpático cocainómano que responde al nombre de Sigmund Freud.
Entremos en harina. Antes de tumbar al peluchito de marras en el diván, permítanme que empiece hablando de Randall, el pater familias cuya incompetencia congénita desencadena todo el cotarro. Rand es un inventor de medio pelo (¿por qué esa fiebre de los inventos en los 80?), un fracaso andante, un tipo más inútil que el botón de shuffle y más perdido en la vida que Himmler buscando el arca de la alianza en Montserrat. El caso es que Randall acude al siempre pintoresco barrio neoyorkino de Chinatown en busca de un regalo que hacerle a su hijo Billy y, como no podía ser de otro modo, la cosa se zanja con nefastos resultados. Resulta que un chino fumador de opio de esos con barba y bigotes muuuy largos le encaloma a Randall un bichejo de procedencia más desconocida que la de Marujita Díaz. El hirsuto y bípedo espécimen es todo un encanto pero esconde un terrible secreto.

Pero no nos precipitemos, estábamos hablando de Randall, de Randall y de Freud, vamos. Bien, pues según los freudianos mecanismos de defensa, Rand (en su condición de loser) utiliza el mecanismo de la rendición altruista, ya que intenta llenar sus propias necesidades de forma vicaria a través de otras gentes (el chino o su propio hijo). Como el hijo tiene el complejo de edipo mal resuelto, acepta sin titubear al Mogwai de los cojones y se lía en su casa la de Diox es Cristox.
La cosa está en que cuando lo mojan, unos extraños bultos empiezan a aparecer en la espalda de Gizmo. Tras algunos espasmos más virulentos que Pedro Reyes con epilepsia, unas sospechosas bolas peludas salen despedidas del cuerpo del ejemplar Mogwai. Desde el punto de vista psicológico, es evidente que se trata de una disociación mental, un claro síntoma de esquizifrenia. Durante el episodio de disociación mental o conciencia dialógica, el sujeto experimenta la sensación de desprenderse de su propio cuerpo, de "verse desde fuera". Eso mismo le ocurrió al químico Albert Hoffman cuando, en 1943, descubrió el LSD y tuvo un tremendo trip psicotrópico en pleno laboratorio. Bien, pues cuando nuestro Mimosín preferido se moja, fragmentos de su cuerpo se desprenden de él para crear a nuevos Mogwais igualmente monos pero algo más cabrones. Si (como Cassius Clay) dejamos de lado la ciencia para abrazar ciegamente la fe, podríamos decir que Gizmo ha sido embarazado sin pecado ni tocamientos impuros (en ningún momento del film se ve a Gizmo cojeando después de pasar por el catre del degenerado de Bill. Habrá que esperar a la edición especial).

Ahora tenemos la casa llena de criaturitas traviesas montando bataholas para disgusto de una familia que desconoce que lo peor está por llegar. A todo esto el chino ha chapado el negocio y se ha largado con los 200 pavos a tomar daikiris a las playas de Malibú en compañía de una serbocroata que llegó a su tienducha en busca de chuchillas de afeitar made in China.

Stripe (El Gremlin de la cresta, para los no iniciados) representa el principio del placer. Con la líbido más cargada que la de Paquirrín, un descocado Stripe más malo que el Gatorade da cancha a las dos pulsiones básicas, la de Eros (la escena del cine con Blancanieves como sublimación de la sexualidad reprimida en la fase oral) y la de Thanatos (el muy cabrón se ríe hasta cuando le dan de hostias).

Bien amigos, si todavía queda alguien leyendo esta mierda y puesto que esta experiencia habrá sido más desagradecida que donar medio litro de sangre, reciba un cordial apretón de manos y pase a recoger su bocata de chópped y la lata de Pepsi por la sala contigua. Gracias.
M.A Berrakus tuvo a bien desempolvar los apuntes de psicología en pleno empacho de altramuces. Los resultados no pudieron ser más funestos; un vómito en el suelo y otro en el blog. A base de Álmax y ansiolíticos parece estar recuperando la cordura.