Hola amigos. Un año más. Otro glorioso Festival de
Eurovisión con el que pasar página al son de un lacerante “no pudo ser” que ya empieza a resultar demasiado familiar en esta, nuestra miserable piel de toro.
Porque, en efecto, “no pudo ser” y las ilusiones del solar patrio han vuelto a resquebrajarse en mil pedazos a manos del siniestro bloque del este y de otra bochornosa representación celtíbera (y van...)
Tras el sonoro descalabro de las nostradas
Ketchup, del que ya di buena cuenta en su momento, parece que no hemos aprendido la lección y algún Illuminati (¿
Teddy Bautista?) ha tenido a bien enviar a la gélida Finlandia a
D’NASH, una
boy’s band de corte agropecuario incapaz de concatenar dos notas con garantías y con serios problemas psicomotrices. Un grupo de artistas de perfil metrosexual y dudoso expediente académico formado a golpe de cásting y sucia mamada en el despacho de
Gestmusic.
Una piara borderline incapaz de hacer salivar lo más mínimo el bajo vientre de una quinceañera con acné galopante ni de empalmar siquiera al clubber de dudosa orientación sexual.
D’NASH se llama el engendro. Cuatro paletos salidos de las fraguas del averno, vestidos por su peor enemigo y que, por no tener, no tienen ni la personalidad suficiente para adoptar un papel dentro de la banda (el abecé de la boy’s band). Tras un ciclópeo trabajo de investigación tuna, he creído detectar ciertos rasgos definitorios fundamentales para otorgar rol a cada uno de ellos. A saber; el gilipollas de la barba de cuatro días, el gañán de los piercings, el chulito del pecho depilado y el niño bueno con puntos de sutura en el ano. Sé que no es mucho pero es lo que hay.
I Love You Mi Vida es el aborto hecho canción que han tenido los arrestos de pasear por la vieja Europa. Dicen que en un momento de la mefistofélica coreografía (mayormente el estribillo), se utiliza el lenguaje de los signos. Con toda seguridad esa chusca estratagema busca hacerse con el favor del único sector de la población capaz de comulgar con su causa, el público sordomudo.

En honor a la verdad, debo decir que este año muy poquito he podido ver de la gala de marras. El caso es que la siempre apetecible actuación española me pilló en el curro y al llegar a casa, cerveza en ristre, el mando a distancia prefería colocar mis cansados ojos en
Boogie Nights,
El Club de la Lucha,
El Episodio I o incluso el
Sevilla-Recre. Sí amigos, algo en mi fuero interno apostaba por el insufrible
Jar Jar Binks antes que presenciar tamaña celebración de la lentejuela y la kostra incrustadas. Y es que sin
Uribarri esto no es lo que era, que dirá el Guardia Civil expulsado del cuerpo tras un oscuro afer con dos colombianas en los roñosos lavabos de la casa cuartel.
Lo que sí he seguido con deleite e inusitado entusiasmo han sido las siempre bizarras votaciones. Un delirante carrusel de nepotismo y rancio localismo cañí digno de la más febril
pesadilla lynchiana. Un interracial galimatías donde los twelve points, la lefa y la cocaína parecían campar a sus anchas por el
Helsinki Arena.
Y es aquí donde el bloque comunista ha dicho la suya, ha dado un sonoro puñetazo en la mesa y, en un acto de revanchismo político donde los derechos humanos no están en la hoja de ruta (no hay más que escuchar las canciones), relegar a las supuestas potencias de la Unión Europea a los humillantes puestos de la basura. Pero ese no ha sido nuestro caso. ¡Qué va! diremos con ese falso optimismo tan español. Hemos quedado en una
dignísima vigésima posición. A dos pasos de la gloria, vamos.

Porque para ganar el certamen hay que tenerlos muy bien puestos. Ir sobrado de talento, tener coño donde antes hubo polla o, como el del año pasado, estar empadronado en
Mordor. Eso o
tener la lengua más larga que el malo de Howard el Pato y saberla maniobrar entre bastidores.
El caso es que entre
Brad Pitt repartiendo hostiazos y el pollón de
Mark Whalberg (recordemos que su hermano Danny formó parte de los seminales
New Kids On The Block) he llegado a tiempo de sufrir la canción ganadora. No recuerdo el país, Moldavia, Serbia o alguna otra oscura pedanía de la Europa no civilizada se ha llevado el gato al agua y de qué manera, señores. No he logrado discernir dentro de qué género humano debe ser tipificado el triste perfil del vocalista. Permítanme la licencia pero a un servidor le ha recordado a una versión eunuca de
Federico Jiménez Losantos. Y es que, reconozcámoslo, la estética de la Europa del este está a años luz de nuestro provinciano look informal de la camisita blanca desabrochada hasta el obligo. Ellos sí que saben de qué va esta mierda. Patillas a rape, pantalones de pinza, mocasines de rejilla con calcetines de pedrería, táctel, velcro, botines de fantasía, laca y purpurina, toneladas de purpurina.
Qué quieren que les diga. Esto de Eurovisión está bien para echarse unas risas poniéndose tibio a cerveza y frutos secos pero, antes de caer en el friquismo desbocado, la cosa tuvo un toque de serena decadencia ultramontana del cual siento cierta nostalgia. Aquél
Sergio Dalma de regio porte, la nobleza gitana del “Quién maneja mi barca” o el galán trasnochado de
Serafín Zubiri esgrimiendo peregrinas excusas como que el piano no estaba en play-back sino que lo tocaba in situ, como un
Steve Wonder a la vallisoletana.
Viendo nuestra incapacidad congénita para el triunfo y dando por bueno aquello de
ESPAÑA. UNA, GRANDE Y LOSER, de cara a futuras ediciones permítanme que haga uso del castizo argot taurino para decir aquello de “Que Diox reparta suerte”.
Sea como fuere, el año que viene mash.
Post totalmente anticeltíbero vomitado por M.A. Berrakus, en pleno acceso eurocatártico. Este artículo no representa la opinión del resto de autores, que es mucho, muchísimo peor.